martes, 1 de abril de 2014

22M: AVANZAR HACIA OTRO AMANECER



Manuel Montejo.
Frente Cívico “Somos Mayoría”.

Ha pasado una semana desde que todos los que participamos en las Marchas de la Dignidad y en la jornada del 22M sentimos estar viviendo algo histórico. Emocionados por algunas de las imágenes que contemplábamos, no dejábamos de preguntarnos hasta dónde llegaba esa enorme marea de cabezas que teníamos delante y detrás. Sí, una manifestación tan masiva, festiva y colorida no se veía en este país desde hacía mucho tiempo. Desde entonces ha habido tiempo de reflexionar y de observar algunas consecuencias.
Frente a la enorme demostración de malestar popular que se produjo en Madrid, el Poder ha desplegado su ya habitual estrategia de ocultación, menosprecio, criminalización, y represión, nada que pueda sorprendernos a estas alturas.
La ocultación duró todo lo posible, hasta que se presumió que la convocatoria sería multitudinaria, y dio paso a la criminalización. Mientras en los días previos a la manifestación la mayoría de los medios informativos desplegaron un inmenso manto de silencio sobre las columnas de caminantes que recorrían las carreteras del estado, en la jornada previa al 22M el Presidente de la Comunidad de Madrid cambió el rumbo informativo con su habitual verborrea y puso a las Marchas en el centro del disparadero mediático. Había llegado la hora del desprestigio.

Este experto en fracasos (Madrid 2020, Eurovegas, privatización de seis hospitales públicos, etc.) no dudó en comparar el manifiesto del 22M con el programa político de Amanecer Dorado, el partido neonazi griego. Seguro que muchos se echaron las manos a la cabeza ante tamaña mezquindad pero otra parte de la opinión pública debería haber revisado el programa de Amanecer Dorado para descubrir que, aunque había coincidencia en reclamar el no pago de la deuda y la lucha contra la corrupción política, reivindicaciones habituales del fascismo, el contenido político de los neonazis griegos profundiza en cuestiones radicalmente opuestas al manifiesto del 22M.
Sin embargo, se habrían percatado de las sospechosas similitudes entre las propuestas del partido griego y las políticas del partido en el que milita el inquilino del ático de Estepona, tanto en política migratoria (“Detención inmediata y deportación de los inmigrantes ilegales a sus países de origen”), como en sanitaria (“Los abortos serán prohibidos”), educativa (“Los libros de historia se reescribirán y se centrarán en la historia griega. Exámenes especiales a maestros para comprobar su nivel cognitivo y su conciencia nacional”) y de libertad religiosa (“Amanecer Dorado se opone a la separación Iglesia-Estado”).
Quizás si el presidente madrileño se hubiera acercado el sábado a Atocha se habría llevado una enorme sorpresa al ver a grupos de inmigrantes manifestándose junto a los que él calificó de “convocantes nazis”. Incluso se le habría explicado cómo un grupo de inmigrantes marroquíes, que recuerdo haber visto en la primera etapa, habían participado en el recorrido de la Columna Andaluza. Igual no es suficiente señal de tolerancia para este nuevo adalid de la denuncia del fascismo pero es un buen ejemplo de la facilidad con la que se tergiversa y se siembran las medias verdades en los medios mayoritarios.
Una vez que se comprobó la magnitud de la manifestación (aunque habría que hablar de una concentración, ya que más de la mitad de los participantes no pudo llegar a Colón) y su carácter pacífico, comenzó el habitual baile de cifras entre organizadores, autoridades y medios. Su máxima expresión, y también la más ridícula, es que a partir de dos fotografías de multitudes prácticamente idénticas en la misma zona, se contabiliza de forma distinta según el signo de los convocantes: ante la misma vista aérea, se concluye que el Papa concentró a millón y medio de españoles pero el 22M únicamente a cincuenta mil.
Por último, como otro rasgo característico más de la “Marca España”, llegaron los disturbios. El enfrentamiento entre reducidos grupos violentos y las unidades antidisturbios es el principal elemento de toda esta estrategia, ya que ha servido para esconder las motivaciones, las reivindicaciones y el desarrollo de las Marchas de la Dignidad. Como siempre, un grupo de encapuchados, entre los que hay infiltrados policiales, proporciona la excusa para las cargas de los antidisturbios, coincidiendo con la hora de comienzo de los telediarios. En esta ocasión se invadió una Plaza de Colón llena de miles de manifestantes pacíficos, antes incluso de que acabara el acto final, mientras cantaba la Solfónica. A partir de ahí, entre los presentes se extendió el pánico y se sucedieron las carreras en busca de refugio, mientras los medios obtenían las imágenes de disturbios salvajes que han venido llenado las pantallas y los diarios durante días. Toda información y debate en los medios de comunicación ha quedado reducida a la violencia, la responsabilidad de los organizadores y la actuación policial. Incluso desde la Delegación del Gobierno se intenta culpabilizar a la organización y a la propia existencia de las Marchas de la Dignidad, de forma que la represión llegue hasta el ámbito judicial.
Este relato abreviado de lo sucedido durante estos días es bien conocido y sigue la lógica de la respuesta a la que nos tiene acostumbrados el Estado. Sin embargo, nos ofrece dos elementos para reflexionar y fortalecer las Marchas de la Dignidad.
El éxito de las Marchas de la Dignidad es evidente y ha sido posible gracias al buen análisis de la situación social y de las necesidades y fortalezas de los movimientos. Una de las razones de ese éxito ha sido la diversidad de la participación. Desde el momento en que se gestó la idea, las organizaciones y colectivos implicados tuvieron claras dos ideas: el sentido unitario de las Marchas y el protagonismo de todos aquellos que sufren directamente la crisis. Pero este planteamiento, lleno de sentido común, ha sido, al mismo tiempo, el objetivo más difícil de lograr. El esfuerzo continuado por reforzar aquello que nos une y relegar a un segundo plano la habitual pelea de egos y protagonismos se ha visto reflejado en el resultado final. Las Marchas de la Dignidad son un espacio común para todos aquellos a los que se les ha arrebatado un trabajo, una casa, un derecho social pero que conservan lo esencial para seguir luchando por recuperarlos: su Dignidad.
Por otro lado, también ha sido evidente el grado de eficacia que sigue teniendo la respuesta del Poder. Y sobre esta cuestión es necesaria una reflexión más serena, sin dejarnos llevar por la indignación ni la impotencia. Para ello es fundamental, porque es el elemento más poderoso de deslegitimación, abordar en profundidad el asunto de la violencia.
No sólo ha de hacerse por cómo afecta a la visualización de la protesta (no se puede evitar que los medios sigan respondiendo a los intereses particulares de quien les paga) sino por cómo se puede conseguir canalizar dentro de las movilizaciones. No podemos seguir limitándonos, por un lado, a responder a la petición de condena que se arroja contra los organizadores y, por otro, a denunciar las prácticas represivas de la policía. Esto nos sitúa dentro de la lógica comunicativa del poder; no nos aporta solución sino que nos deja a su merced, jugando en su terreno.
Sin embargo, tampoco debemos ignorarlo. Los grupos violentos no representan al 22M y se ha dicho alto y claro desde el principio pero, sabiendo que están (y estarán) presentes y que determinan el resultado final, hay que optar por el diálogo con ellos, bien para integrarlos, de forma que su acción responda a las necesidades estratégicas que tenga en un momento dado el conjunto de la movilización, o bien para neutralizarlos y evitar su protagonismo sin ambigüedades, si no fuera posible el acuerdo. Además, la profundidad y dureza de la crisis y la sensación fundada de que se ignoran las protestas son el abono imprescindible de esta violencia, de manera que podemos prever que irá en aumento y que estos grupos, ahora minoritarios, pueden crecer en siguientes convocatorias.
El camino de la desobediencia civil debe marcar el paso y toda violencia debe supeditarse a la estrategia del movimiento (Francisco Fernández Buey escribió y bien sobre esta cuestión). Seamos conscientes de que nos estamos enfrentando a un uso fascista del poder mediático, policial y judicial, con una nueva legislación que nos situará ante el Derecho Penal del Enemigo. Abordémoslo con calma y conocimiento, sin ceder a la presión mediática pero sin autoengaños.
Estos dos elementos, el ahondar en la diversidad y canalizar la violencia en desobediencia civil consciente, firme y con base, deben ser centrales en la continuidad de este movimiento surgido a partir del 22M.
No hay mejor respuesta a las palabras de Ignacio González, máximo representante de la indignidad, que las escritas en su pancarta por un manifestante y que un compañero observó en el camino de Atocha a Colón: “Yo no soy de Amanecer Dorado. Quiero que mis nietos tengan otro amanecer”.
El movimiento del 22M busca ese próximo amanecer, una amanecer en el que nuestros hijos no tengan que reclamar sus derechos para poder llevar una vida digna. Sigamos trabajando en lo que nos une y en aquello para lo que todavía no tengamos una respuesta eficaz frente al Poder.

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